domingo, 29 de agosto de 2010

Desconsuelo

Otro día más que me deja encerrada, a oscuras, en el cuarto. Otro día más que pasa y se olvida de mí. ¡Y ya van tres! No quiero pensar que, por alguna tontería que no sé si he hecho, haya dejado de gustarle. O peor aún, que haya encontrado a alguien más atractiva que yo, más divertida y con más posibilidades para pasar el tiempo. No lo quiero pensar, pero lo pienso. A su edad, con lo joven que es, estas cosas ocurren. Durante una temporada eres el centro de atención, la mejor compañía, el oído de sus confidencias, proyectos, alegrías y tristezas, la cara que complementa su cruz. Pero esa unión tan perfecta, vete a saber por qué, un día va y desaparece para siempre. Sin sombra de dudas, ya no eres la criatura más brillante, la que refulge con más intensidad entre las demás, la que seduce con un simple parpadeo o una minifalda o un peinado atrevido. Alguna vez se lo he oído contar a las que son mayores que yo. Ellas, en un momento de sus vidas, también fueron deseadas, amadas, lo más precioso. También ellas, sin apenas proponérselo, conquistaron la fidelidad de algunos corazones que les juraron amor eterno. No quiero que a mí me pase lo mismo. No quiero convertirme en un objeto que se toma y se deja sin más, al que le dan y le quitan sentimientos. No quiero, en fin, ser una muñeca arrumbada y polvorienta en el cuarto de los juguetes. No en vano soy una Barbie presumida, y merezco un mejor trato de la niña que hasta hace nada y menos jugaba conmigo sin descanso.

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