viernes, 29 de julio de 2011

Cuento chino


En horas de incierta y vacilante quiebra del juicio, el joven emperador Qin se arroja de cabeza al pozo funerario; apura hasta la última gota el dulce veneno preparado por su sirviente; se hinca la espada de acero de damasco en su corazón tremolante; y, en un vano intento final, logra sumergirse en las sosegadas aguas del más amado de sus estanques, aquel donde antes de su desdicha solía sembrar ninfeas azules de la mano de Niam, su infiel esposa. Entonces, y sólo entonces, el joven emperador Qin comprende que no tiene escapatoria: eventualmente deberá continuar siendo inmortal.

2 comentarios:

  1. Me gustó. Gajes de la immortalidad. Un abrazo.

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  2. Gracias, Víctor. La inmortalidad da mucho juego literario. Un abrazo.

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